Desde muy pequeños nuestra niñez está plagada de restricciones, coacciones y premisas culturales y sociales que según las cuales desempeñaras un papel u otro en la sociedad y una función de la cual no puedes desviarte. Es pues el camino pautado, el camino marcado, el que tienes que seguir.
Si eres niño tus padres te compraran cochecitos, camiones, balones, muñecos guerreros, soldaditos y el color predeterminado será el azul. Pero si naces niña todo cambia, te comprarán vestiditos rosas, muñecas Barbie, muñecos de bebés recién nacidos, una plancha de juguete, una cocinita, una máquina de coser, etcétera etcétera.
Así pues, por mucho
que no lo aceptemos o no queramos aceptarlo, al menos tenemos que ser
conscientes que la realidad es esta: estamos siendo instruidos desde pequeños
para cumplir una función y un cometido en la sociedad, para desempeñar un rol. Entonces,
¿hasta qué punto es cierto que decidimos nosotros nuestro propio destino?
En otro sentido
encontramos las series y programas dirigidos a las niñas, las cuales vuelven a
incidir en la representación del rol que se espera de ellas: mujeres hermosas,
delgadas, estilizadas, rubias o morenas pero jóvenes, esbeltas, con los mejores
vestidos, conjuntos, bolsos y claramente a la moda.
La mujer debe estar
preciosa a costa de su propia incomodidad,
simplemente con el cometido de estar bellas. Y más que para ellas mismas, se
arreglarán para el hombre. Toda fémina
tiene que encontrar y complacer a su Ken.
Todo esto nos
conecta de nuevo con El Segundo sexo y su autora Simone de Beauvoir, pues todo
esto lo expresa en su obra: “ Las
costumbres y las modas se han aplicado ha menudo a separar el cuerpo femenino
de su trascendencia: la china de pies vendados apenas puede caminas; las uñas
pintadas de la estrella de Hollywood la privan de sus manos; los tacones altos,
los corsés, los miriñaques, los verdugados, las crinolinas, estaban destinados
menos a acentuar el talle del cuerpo femenino que a aumentar su impotencia.
Entorpecido por la grasa o, por el contrario, tan diáfano que todo esfuerzo le
es prohibido, paralizado por los incómodos ropajes y por los ritos del decoro,
es entonces cuando se le presenta al hombre como su cosa. El maquillaje y las
joyas sirven también para esa petrificación del cuerpo y el rostro […].”(Simone
de Beauvoir; 1949; El Segundo sexo; pág. 67)
También nos lleva a
recordar citas del capítulo I (El mito de la dependencia por los aires) en el
libro de E. Luise Eichenbaum y Susie Orbach, titulado “Qué quieren las
mujeres”, en el cual se detalla claramente y se compara el hecho de ser
criados de manera tan diferente, dependiendo si se nace hombre o se nace mujer:
“A lo largo de nuestras vidas dependemos siempre de otras
personas para lograr desarrollo emocional y bienestar. La sociedad es un
complicado tejido de relaciones económicas y emocionales. En este entramado los
roles que desempeñan hombres y mujeres son muy diferentes. […] como psicoterapeutas, nos interesan las
experiencias culturales que conforman una percepción femenina o masculina.
Hermanos y hermanas de una misma familia están sometidos a una socialización
radicalmente distinta. Son objeto de una atención diferente, son tocados y
manejados de una manera distinta, reciben órdenes, aprenden un lenguaje,
adoptan actitudes y se les crean expectativas diferentes. […] en términos
generales, se supone que las niñas han de ser dulces y recatadas, y los niños
activos y valientes.” (E. L Eichenbaum y S. Orbach; 1990; ¿Qué quieren las
mujeres?; Ed. Revolución; Madrid; pág. 23 – 24).
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